Hace 12 años opté por un camino y por fortuna he tenido la oportunidad en ese recorrido de vivir y compartir experiencias muy interesantes que me han ayudado a discernir, reflexionar, construir y replantear en muchos momentos mi profesión y vocación: ser maestro.
Una vocación que implica una misión muy especial, la de compartir en el aula, en la escuela o desde el espacio donde el docente esté inmerso. Más allá de transmitir conocimiento en una cátedra, el objeto esencial de este oficio es formar integralmente a niños y jóvenes que sean capaces de interpretar sus contextos, de tomar decisiones y luego transformarlas, pero sobre todo brindarles las herramientas que mejoren la calidad de sus vidas y entornos gracias a la creatividad y emprendimiento orientadores.
Durante algunos años el maestro era sumamente valorado por la sociedad y en algunas comunidades era uno de esos personajes que definían, proponían y orientaban a la comunidad. Infortunadamente, con los años y muchas políticas públicas definidas desde los escritorios de Bogotá, donde brilla el desconocimiento del contexto de nuestros municipios y sus realidades, han terminado afectando la dinámica de una profesión que desafortunadamente, cada día está más devaluada a causa del abandono gubernamental, por conformismos y simpleza de algunos profesores.
Independientemente de los errores estatales y la indiferencia de la sociedad, hay un 'cáncer' que está acabando con la docencia y sobre todo con la posibilidad de subir los indicadores (otro mal nacional) de mejoras en la calidad: (son) las prebendas que aún se tiene con algunos maestros. Es lamentable encontrarse con personajes que reciben dos pensiones y con un salario aún en los corredores de nuestras instituciones educativas, simplemente esperando que se cumpla la jornada laboral sin buscar trascender e impactar en los procesos de enseñanza-aprendizaje de sus alumnos.
Algunos de estos docentes (por fortuna se rescatan un puñado de esos pensionados que aman el oficio) están dedicados a retrasar los procesos, vituperar a estudiantes, añorar y defender la pedagogía tradicional restándole espacio a nuevos enfoques, con supuestos estudios y especializaciones que solo se ven reflejados en los cheques mensuales y totalmente impositivos frente a las nacientes posibilidades pedagógicas que el universo educativo ofrece.
Es fácil identificarlos con frases como: "Yo ya me voy a jubilar (por tercera vez)... yo ya me quemé muchos años... yo ya no cambio y yo ya...para todo". Es cierto que ese 'yoyaismo' no es un delito y que sus pensiones las han alcanzado, cobijados por decisiones gubernamentales que no recaen en la ilegalidad y muy seguramente estos pesos mensuales fueron muy bien ganados, pero es lamentable que mantenerlos en la escuela sea perjudicial para los procesos educativos de esta y su quehacer pedagógico.
Qué bueno que el Ministerio de Educación a través de las Secretarías de educación replanteara los beneficios de seguir conservando esos 'pozos de sabiduría' que ya están secos, y por el contrario, les permitan dedicarse a disfrutar de sus merecidas pensiones. Las instituciones y los formandos necesitan de maestros positivos, con actitud, con capacidad de aprender y compartir y sobre todo de enseñar acorde a las necesidades de la sociedad y las herramientas que aparecen a diario.
Ojalá en nuestro sistema educativo encontremos otro tipo de maestro 'yoya', que siempre tenga en su actitud y sus labios la disposición de afirmar: "yo ya quiero trabajar, yo ya quiero aprender y yo ya quiero innovar".
Álvaro Rodríguez
Asesor en proyectos de TIC y educación para el desarrollo social
Asesor en proyectos de TIC y educación para el desarrollo social