Sin embargo, mientras deambulaba por mi semi derruido colegio (está en obras), me acordé de un compañero que trabajó con nosotros hace años y cuyo destino este año ha sido en La Matea, Jaén. Si os ha picado la curiosidad y habéis pinchado en el enlace veréis que es una ruta de estas que tan de moda se han puesto entre un determinado grupo social de fin de semana. Y es que por más vueltas que he dado no he encontrado más que un restaurante en La Matea, y poco más.
Defiendo, y defenderé siempre, que la educación debe estar lo más cerca de sus usuarios y máxime si estos son niños, por lo que la existencia de un centro educativo público (los concertados no existen por esas zonas aunque se les llene la boca con derechos de padres a la educación de sus hijos, eso sí, donde haya muchos que atender y cobrar, faltaría más)me parece necesaria y exigible. Lo que sucede es, llámenme corporativo, es que para que la docencia funcione tiene que haber docentes y ya me dirán qué clase de vivienda va a poder ocupar mi compañero en este lugar.
Y viene además al caso, al modelo de colegio actual. Hace años los colegios se construían con viviendas para los docentes en los aledaños del mismo. En épocas en las que el alquiler, e incluso las viviendas eran escasas, estas viviendas supusieron un alivio sobre todo en zonas rurales apartadas como esta. Luego, como tantas cosas, se suprimieron las construcciones y se vendieron las que había. Y retomando el tema del principio, me formulo la siguiente pregunta: ¿tendrán los docentes de este tipo de centros públicos educativos la posibilidad de acceder a una vivienda digna en estos lugares? No sé, no sé...

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