7.1.08

Tradición, modernidad y rutina.

Hoy es un día especial, un día de esos que sirve de puente entre las fiestas y la vuelta a la "normalidad" del día a día, un tránsito entre dos mundos que se entrecruzan de forma muy particular en estas fechas.

Hoy comenzaremos a empaquetar los adornos navideños, echaremos un vistazo a los bártulos de nuestro trabajo y nos iremos a la cama sabiendo que mañana comenzaremos de nuevo con la rutina que suponen nuestras tareas laborales.

Se fueron las fiestas y muchos, sobre todo adultos, pensaremos que es una semibendición volver a los quehaceres diarios, olvidarnos por unos días de ese clima de afectividad impostada, de reuniones forzadas por la tradición, de comidas ajenas a nuestro menú diario, de bombardeos publicitarios constantes , etc... Y es que una de las cosas que parece no querer cambiar, aunque todo lo que le rodea sea radicalmente nuevo, es la Navidad.

Hace un par de décadas, no más, todo este espectáculo navideño empezó a cambiar. Las luces se adelantaron, Papá Noel empezó, tímidamente entonces, a aparecer en las casas de algunos progres que sirvieron de detonante a la actual eclosión de regalos en Navidad, las reuniones de empresa dejaron de ser unas copas compradas a escote para tomar cuerpo en restaurantes y ventas de postín, las comidas en las casas empezaron a poblarse de productos y recetas que hasta entonces eran desconocidas en las mesas del común ciudadano. Y no es que eleve un canto a que cualquier Navidad pasada fue mejor, ¡qué va!. Sé que muchos pensaréis que lo que de verdad ha cambiado es la edad del que escribe; que la Navidad sin ser niño ya no es lo mismo. Y aunque en eso lleváis razón, hay muchos factores que han cambiado tanto que, en cierta manera, han desvirtuado la Navidad de los adultos.

Una de las principales razones que hacían de la Navidad unas fiestas "entrañables y familiares" era que, por desgracia, sólo en fechas señaladas podía la familia reunirse. No olvidemos cómo eran nuestros coches hace 20 años (quien lo tuviera), cómo eran nuestras carreteras, y sobre todo cómo era el concepto del viaje hace esos años. Por tanto el reunirnos en familia en esos días tenía un sentido de necesidad afectiva, de reforzamiento de pertenencia a un grupo, frente a una obligación derivada de esa necesidad que hoy día, en que podemos ver a la familia cuantas veces queramos al año, deja de tener todo el sentido que antes le dábamos.

Las comidas de Navidad eran un extra, suponían un esfuerzo real para llevar a la mesa un pavo, algo de marisco, embutidos de cierta calidad, turrones y bebidas espirituosas que en el resto del año no estaban a nuestro alcance. Hoy día todo eso ya no tiene esa función. En la TV ví el otro día cómo ofertaban un Bogavante (no decían de dónde y si era el mismo Bogavante de nuestras costas) a sólo 9,95 Euros el Kilo. Por tanto podemos poner en nuestra mesa, y de hecho así lo hacemos, toda esa colección de manjares casi una o dos veces al mes, dejando la mesa de Navidad como una más del año, no como aquella mesa que se esperaba con fruición.

Por otro lado los regalos cada vez forman más parte de un rito comercial que de un acto de ofrecer al destinatario del mismo un pequeño (o grande) detalle de cómo lo vemos a través del presente que se le hace. Ya sé que un cepillo de dientes eléctrico no supone que veamos a esa persona como paciente de Gingivitis, y en el normal de los casos lo habrá pedido como regalo, pero sí que se hace incomprensible ver a personas que salen a comprar sin saber qué va a regalar a esa persona, buscando simplemente un objeto que poner dentro de un envoltorio, sin dotarlo de una parte del que lo regala. Desgraciadamente, hace esos 20 años que hemos marcado como frontera, el número de regalos era mucho más concreto y la posibilidad de destinar más dinero a su compra era mucho más reducida por lo que creo, necesidad obliga, que se dedicaba más tiempo a pensar en las personas a las que regalábamos y lo que les regalábamos.

En definitiva una tradición que se mantiene pese a la modernidad de todo lo que cada vez la globaliza, comercializa y desvirtúa más. Menos mal que siempre nos quedará la rutina.


Un saludo y mis mejores deseos para este año 2008.

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