14.12.09

Donde el silencio reina.


El silencio quizá sea una de las cosas que siempre está ausente dentro de las aulas, de los pasillos, de los patios de nuestras escuelas e institutos. Y ojalá siga así. ¡Qué triste se hacen algunos de esos días en que, acabadas las clases, uno atraviesa el patio, el pasillo y entra en su aula vacía, oscura, y se dedica durante unas horas a rellenar boletines, informes, actas,... sin que se escuche el trajín de niños y niñas que suben, bajan, corren, ríen, se pelean, lloran,... ! También es verdad que una de las cosas que más sorprenden a nuestros visitantes de un día ( políticos, literatos, amigos,...) es precisamente el altísimo nivel de ruido con el que trabajamos y que ahora, en esas reuniones de navidad, se reflejará en el tono de voz elevado que denota cualquier comida de docentes.

Sin embargo ese silencio ausente no puede hacerse palpable cuando se trata de las administraciones, de los políticos y políticas que rigen los destinos de nuestra educación. Debiera haber una norma (qué más da una más) que prohibiera a los responsables administrativos y políticos de la educación guardar silencio ante las actividades que se hacen en las aulas de nuestra geografía.

Es tristísmo que los boletines, las páginas web de los organismos oficiales educativos andaluces anden rebosantes de planes, programas, proyectos, ideados en su mayoría por gente que desconoce qué es un niño o una niña, que en la mayoría sólo visita los colegios e institutos para presentar el programa y/o proyecto y plantear que éste viene a resolver una de las miles de cosas que en las escuelas de hoy en día no se hacen "bien", y que tras esa introducción del programa y/o proyecto, éste, en la mayoría de los casos, pasará a engrosar la lista de tareas de las que hay que presentar un resumen/memoria a final de curso, plantear una o dos actividades en el Plan Anual y sobre todo presentar unas estadísticas que rellenen a final de curso/año/legislatura la visión virtual y grandielocuente que nuestros y nuestras políticos/as necesitan llevar en su saco de proyectos.

Me encantaría ver cómo un organismo público se encargara de ir por los centros educativos, charlar con los docentes, con sus familias, con los chavales y chavalas de cada centro, que se sentara a ver cómo la maestra de 1º, de un centro perdido o de al lado de la misma delegación provincial, ha diseñado tres o cuatro actividades, simples, sin alharacas, para enseñar la resta con llevada, pongo por caso. O cómo en un instituto se ha desarrollado un programa, sin coste para la administración, que ha conseguido que 9 de cada diez alumnos/as de compensatoria promocionen de nivel invirtiendo el anterior fracaso de 9 de cada diez.

Pero claro, esto supondría tener que reconocer que la educación debe hacerse desde abajo, atendiendo a las necesidades concretas de cada centro, de cada aula y de cada alumno/a, y eso dejaría fuera de su coordinación de proyecto/programa a tantos y tantas educadores de salón como hay en nuestra geografía.

El caso, sangrante y desgraciadamente clarificador de cómo se lleva nuestra educación en Andalucía, es el artículo que os dejo a continuación, en el que se explica cómo un grupo de investigadores de la Universidad de Granada, con la colaboración de los docentes del centro, ha conseguido que en un centro marginal (han tenido que recurrir a seguridad privada) de esa provincia, las aulas de compensatoria inviertan su nivel de fracaso hasta conseguir un logro que de haberlo hecho cualquier politicastro y/o amiguete del mismo estaríamos ahora institucionalizando una celebración educativa del logro, una fundación a su nombre y un premio anual. Pero claro, lo han realizado unas personas sin cobrar, sin que estuviesen "respaldadas" por la Administración y eso, en este sistema actual, es casi "pecado", por lo que estas personas deberán hacer una constricción un propósito de enmienda, decir los "pecados" a la administración y cumplir su penitencia, que más o menos vendrá a ser burocratizar el proyecto, crear una figura de control que no aparecerá por el centro, pedir memorias, y un sin fin de cosas más que lejos de hacerlo práctico lo harán inviable pero controlado, que es, al fin y al cabo, de lo que se trata, tener a la educación bajo control no sea cosa que en diez o quince años, los chavales y chavalas que salgan de escuelas, institutos y universidades, se planteen cómo se les lleva proponiendo lo mismo desde hace 25 años sin que la realidad de los de abajo (más allá de llenar el carrito en el super, tomar cañas los fines de semana, participar en el botellón y tener fútbol en la TV) ha variado muy poco en cuanto al acceso a otros niveles mediante la educación , el conocimiento, el saber.

Por eso, y a pesar de ejemplos como estos, uno se queda con la sensación de que en muchos casos, en muchos días, en muchos sitios, el silencio reina en la educación.


Pero a pesar de esto y para que se sepa que aún hay personas que trabajan por una educación justa, solidaria, de calidad, sin que ello les suponga nada más allá que la satisfacción del trabajo bien hecho aquí os dejo sus nombre y mi más cálido abrazo de gracias por su ejemplo:

Leonor Buendía Catedrática de Ciencias de la Educación.
Benito López Director del Instituto Monte de los Infantes de Pinos Puente
María José Olmo Profesora del grupo
Sonia Cristina Iguacel Colaboradora del Proyecto.


El eureka para alumnos retrasados.
Un proyecto de la Universidad de Granada integra a casi todos los alumnos gitanos y da un giro radical a las aulas de compensación en Secundaria
FERNANDO VALVERDE - Granada - 13/12/2009

En los centros de Secundaria existen unos grupos llamados de compensatoria. Son las aulas a las que van los alumnos con más problemas curriculares y de convivencia. Estos grupos, ideados en los años sesenta en Estados Unidos con el propósito "dar más al que menos tiene", como explica Marcelo Carmona, catedrático de Psicología de la Universidad de Granada, en muchos casos se han convertido en una forma de "dar más de lo mismo de lo que ya los ha hecho fracasar".

Los grupos de compensatoria son un lugar al que llegan ya desahuciados alumnos que generalmente provienen de un contexto sociocultural muy bajo. Son como una caja del tiempo, una lenta y agónica espera hasta que termina la educación obligatoria para que cada uno pueda iniciar sus ocupaciones. Prueba de ello es que el grado de abandono escolar supera el 80% y los expedientes disciplinarios se multiplican.

Un proyecto de la Universidad de Granada, dirigido por la catedrática de Ciencias de la Educación, Leonor Buendía, ha logrado dar la vuelta a las frías estadísticas de forma demoledora. "Cuando el equipo de Leonor llegó al instituto el índice de fracaso escolar en los grupos de compensatoria rondaba el 90%. Tras dos años de trabajo, la cifra es exactamente la contraria, nueve de cada 10 jóvenes superan estos grupos y se incorporan a la Educación Secundaria junto a sus compañeros tras haber aprobado por méritos propios primero y segundo de la ESO", explica Benito López, director del Instituto Monte de los Infantes de Pinos Puente, un centro conflictivo lleno de cámaras y que ha recurrido a la seguridad privada. "Tuvimos que pedir ayuda a la delegación. Necesitábamos orientación", señala el director, que considera el resultado del proyecto como "excelente".

"Lo primero que nos sorprendió al llegar al centro fue que la totalidad de los alumnos que formaban parte de este grupo de compensatoria eran gitanos. El problema traspasaba los límites educativos", explica Leonor Buendía. "Eran jóvenes que tenían costumbres distintas, que no comprendían las normas, que necesitaban mucho más apoyo y una mayor implicación". Junto a la argentina Sonia Cristina Iguacel y a María José Olmo, que era la profesora del grupo, dio forma a un proyecto participativo que ha dado unos resultados inimaginables en los primeros días.

"Primero tuvieron que ganarse su confianza. Fueron dos profesoras en el aula, atendiendo a la diversidad. Algunos días se invitaba a los padres y a las familias de los chicos para que vieran la evolución que habían tenido sus hijos, para que apreciaran lo que habían aprendido. Los padres, que eran muy reacios al principio, rápidamente se implicaron y se ilusionaron con el proyecto", recuerda entusiasmada.

A estas aulas de familia se sumó un sistema educativo que fue determinante. El trabajo se hacía por grupos, la escuela dejaba de ser una competición. "Si uno de ellos no llegaba a la meta todo el grupo fracasaba. Tuvieron que apoyarse y motivarse los unos a los otros, ilusionarse y trabajar duro para alcanzar objetivos".

Buena muestra del resultado de este trabajo son José Antonio Carmona y Manuel Bustamante, que a sus 15 años integran el privilegiado grupo de "lentos" que logran superar la compensatoria. "Nos habían metido ahí y todos sabíamos que no íbamos a tener el graduado nunca. No teníamos nivel", explican los jóvenes.

"Nos explicaban todo con proyectores, estábamos más horas que el resto, estaban muy encima de nosotros, si faltábamos hablaban con nuestros padres, nos enseñaron a hablar en público...". Pese a su juventud, son conscientes de que tienen una deuda con sus dos profesoras. "Queremos hacer un módulo de chapa y pintura o de mantenimiento de vehículos, si lo conseguimos será gracias a ellas". Ahora se sienten completamente adaptados con sus compañeros. "Somos amigos de todo el mundo, es cierto que vamos un poco retrasados en matemáticas y que nos cuesta más trabajo, pero vamos a aprobar todo", explican ilusionados.

Tras comprobar el éxito de la iniciativa, la respuesta por parte de las instituciones ha sido el silencio. Después de dos años de trabajo, Iguacel desistió. Acudía cada día a Pinos Puente para dar varias horas de clase junto a Olmo y nunca cobró ni un euro. Tampoco los directores del proyecto, que trabajaron con las familias e invirtieron mucho tiempo en la investigación. "Estos proyectos son voluntarios, las instituciones no invierten en ellos. Es una lástima, porque lo que se ha conseguido con esos jóvenes ha podido cambiarles la vida", explica Marcelo Carmona. Mientras, las aulas están llenas de pantallas planas de ordenador en un centro con problemas de convivencia al que muchos jóvenes van a firmar su acta de defunción académica.

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