23.2.07

Violencia y escuela



La violencia escolar está de moda. Cabe en las noticias, en los periódicos, en los teléfonos móviles e incluso llega afectar a quienes, por naturaleza y actitud, nunca se han sentido afectadas por ella. Raro es el día en que no nos encontramos en el periódico, o en la radio, o en la televisión, o en boca de un amigo, o en nuestra propia vida, con un caso de violencia. No podemos, por tanto, decir que nos coge de improvisto cualquiera de estos hechos.
Sin embargo sí pudiera sorprendernos nuestra reacción ante el mismo dependiendo del grado en que, el hecho más o menos cercano, nos afecte. Todos alguna vez nos hemos encontrado en la tesitura de opinar ante situaciones de este cariz y, probablemente, nuestra opinión haya estado matizada por el lugar en que la expresamos y los receptores de la misma. Y puede que incluso hayamos sido sinceros en estos casos. Pero ¿hemos sido consecuentes con esa opinión cuando el hecho nos afecta como actores principales del mismo?
Actualmente existe una tendencia ampliamente extendida hacia la permisividad auto justificada en todo los estamentos de nuestra sociedad. La familia es permisiva porque todos los que le rodean lo son y, claro, no vamos a convertir al niño en un bicho raro obligándole a estudiar, a disculparse cuando hace algo molesto o inapropiado, a asumir que no es el único ser vivo de su entorno y que no todo debe girar alrededor de sus caprichos en una secuencia espacio-temporal diseñada para su única y exclusiva satisfacción inmediata.
La escuela es permisiva porque todos los que nos rodean en las aulas, nosotros mismos también, lo son y nadie se atreve o quiere leerse la normativa y hacer que ésta se cumpla, aún a riesgo de enemistarse con los otros colegas de trabajo que prefieren usar charlas, encuentros, cursillos, dinámicas de grupo, mediadores a tiempo parcial, o simplemente mirar hacia otro lado, etc... que alargan el problema pero sólo del pasillo para dentro del aula, porque de cara a la galería exterior se usan métodos muy adecuados de corrección. Métodos que, por cierto, involucran a aquellos que sí van a hacer uso de su derecho a aprender y a ser enseñados en condiciones óptimas y respetuosas también para ellos, metiéndolos en el mismo saco y privándoles de que esos mismos medios que se aplican para los demás se dediquen en igual medida para ellos, con más medios humanos y materiales que les facilitaran el acceso a esos otros contenidos que en nuestras aulas de hoy día son imposibles de alcanzar por la mayoría de los que tienen un cierto interés por aprender.
Los políticos son permisivos porque viven de ello, viven muy bien, y para qué van a cambiar.

Hace años, tantos como en la foto de esta entrada, obtener buenos resultados en la escuela era un mérito. Recuerdo familias que sin medios para poder llevar a sus hijos a un nivel superior de enseñanza se desvivían para que su hijo pudiera leer un libro, o ir a clases por la tarde. Recuerdo igualmente los desvelos de muchos maestros de pueblo que, en su tiempo libre y gratis, preparaban a muchos chiquillos y chiquillas de esos pueblos andaluces de los 60 y 70 para poder acceder a un nivel mayor de estudios, porque era un mérito.

Ciertamente en esa misma clase habría un latoso, y un flojo, y un pelota, y un insoportable, pero había una concepción radicalmente distinta de la que hoy se posee. El que iba a la escuela, y por desgracia no eran todos, sabía que aquello era su trabajo e intentaba solventarlo como mejor podía. Hoy, la escuela es un lugar donde la violencia ritual de antaño, esa que nos liberaba de forma organizada, puede ejercerse libremente en uno de los escasos lugares donde todavía no recibe una sanción que vaya en relación con el daño, moral o físico, que se causa. No digo con esto que en la foto no esté fotografiado el matón de esa clase. Lo está con total seguridad. Pero el matón ejercía su violencia dentro de unos parámetros controlados por el grupo, que lo entendía como parte del aprendizaje de ese mismo grupo. Todo, en esas relaciones, estaba controlado y tenía una función educadora, con la que podemos estar más o menos de acuerdo, pero de la que participaban todos los que formaban parte de esa misma comunidad escolar, porque en el fondo todos veían que esa escuela era el punto de partida de algo. Hoy todos somos permisivos y la escuela lejos de ser un lugar de partida es un lugar de abandono, una especie de muladar donde se deja caer todo con la esperanza de un reciclaje.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, Pepe. Esto era antes, caundo los padres y madres valoraban nuestro trabajo y era algo que permitiría a sus hijos e hijas tener un mejor futuro. Pero hoy hay tanta gente que vive del cuento, y el subsidio, y con dinero negro, que es difícil convencer a nadie de que con una carrera universitaria y después de años de esfuerzo personal y familiar va a vivir mejor, pues con sueldos de 1.000 €, como mucho, no serán precisamente los reyes del mambo. Difícil, muy difícil.

Pepe dijo...

Hombre, un comentario. La verdad es que estoy de acuerdo contigo. Lo que se me ocurre al leer tu comentario es una pregunta: ¿Cuándo se produce la rotura de esa visión de la escuela? ¿Por qué se produce?
Me imagino que noes producto de una sóla razón, sino de varias, y eso suponiendo que esa visión que aportas fuera cierta y no una visión de los que estamos dentro del sistema, basada en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Reflexiones, al fin y al cabo.