27.3.09

Colorines.


Hace mucho tiempo que no hago referencia en este Pizarrín a la radio. Muchas de las entradas que he dejado parten de una noticia, de un comentario, oído en los muchos minutos que dedico cada día a escuchar el aparato de radio que tengo en la cocina o el que trae el coche y me acompaña a la ida vuelta al trabajo.


La verdad es que desde hace unos meses sólo parece importar la crisis o los vaivenes políticos en sus diferentes facetas de corrupción, transfuguismo, pactos, acusaciones, etc... Pero como en todas las cosas siempre hay una pequeña lucecita, un breve comentario por algún sitio que hace que desconectes de la realidad circundante y durante unos instantes rumies esa idea que te acaba de llegar, y que luego, cuando dispones de un rato, te sientas a compartir con los lectores de este cuaderno virtual.


Aunque os parezca extraño, tras un más que predecible y repetitivo debate sobre la búsqueda de la chica sevillana asesinada, Marta del Castillo, el cambio de la charla a las noticias locales se hizo dejando sonar de fondo el Stabat Mater de Pergolessi, lo que ya de por sí introdujo en el ambiente una nota discordante, ajena pero a la vez íntimamente ligada al discurso que se acababa de cerrar. Esto me trajo a la mente que quizás nuestra sociedad está falta de belleza, de una belleza clásica alejada de los cánones más actuales.


No voy a negar, básicamente porque mis conocimientos de arte son más que limitados, que las actuales formas de expresión, en todos los ámbitos creativos, conforman un nuevo concepto de belleza, al igual que el arte barroco supuso una nueva forma de entender el mundo diferente de las anteriores. Sin embargo, esta música, me dejó en la cabeza la idea de paz, de tranquilidad, de cierto orden claro y concreto de desarrollo de un concepto, que no alcanzo a ver en el arte actual, y que pos supuesto ni tan siquiera se atisba en la enseñanza actual en los niveles obligatorios.


Tampoco me gustaría caer en la dictadura de hacer oír el Stabat Mater, o ver la pintura flamenca o recitar sonetos del siglo de oro, a mis alumnos porque entonces estaríamos cayendo en una obligación y no en una sorpresa. Pero sí me digo que no estaría de más, que de vez en cuando supiéramos dar una sorpresa en clase poniendo un trocito del Stabat Mater, o una pintura flamenca o un pequeño retazo de un soneto. A lo mejor, igual que a mí esta mañana, parecería que es la pieza que faltaba en ese momento. Ciertamente la cultura de hoy, la cultura de la información de la globalización, de lo visual, supone, como dice el profesor Manuel Castell: ...ha cambiado la base material de nuestras vidas, por tanto la vida misma, en todos sus aspectos: en cómo producimos, cómo y en qué trabajamos, cómo y qué consumimos, cómo. nos educamos, cómo nos informamos-entretenemos, cómo vendemos, cómo nos arruinamos, cómo gobernamos, cómo hacemos la guerra y la paz, cómo nacemos y cómo morimos, y quién manda, quién se enriquece, quién explota, quién sufre y quién se margina. Las nuevas tecnologías de información no determinan lo que pasa en la sociedad, pero cambian tan profundamente las reglas del juego que debemos aprender de nuevo, colectivamente, cuál es nuestra nueva realidad, o sufriremos, individualmente, el control de los pocos (países o personas) que conozcan los códigos de acceso a las fuentes de saber y poder. Y es por eso que quizá debiéramos dotar a nuestras clases de unos momentos de tranquilidad, de andar despacio por entre las cosas y, como quien busca en una vieja buhardilla que acaba de encontrar, buscar esos pequeños momentos, esos pequeños retazos de las culturas anteriores, de las anteriores formas de entender y relacionarnos con el mundo, y ponerlas enfrente de los alumnos como ese alto en el camino para reflexionar y luego seguir, necesario e ineludible, alejado de colorines, que debe ser la educación.

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