29.3.09

Padres, ESO, alumnado y un inspector que escribe.

Lo que copio a continuación aparece hoy Domingo en el Diario de Cádiz, en la Sección de opinión, y es la segunda vez que traigo a colación en el Pizarrín un artículo que escribe este inspector de educación, D. Jaime Martínez.

Bien es verdad que coincido con este señor en la mayoría de sus planteamientos pero no por ello me quiero quedar con las ganas de matizar algunas cosas, así que os invito a leer el artículo y luego os dejo mis opiniones.


Señores padres con hijos en la ESO

Lo que más sorprende a los especialistas extranjeros que visitan nuestros institutos es el mal comportamiento de los alumnos en el aula, la confianza de amigachos que preside su relación con los profesores (siempre con el tú por delante), lo escandalosos que son y el descuido con el que tratan el material que se pone a su disposición. Si los visitantes son coreanos o japoneses, la impresión les puede provocar un shock. No es fácil conseguir mejoras significativas en los resultados escolares. Pero, desde luego, si no se aborda con seriedad y decisión el cambio del comportamiento de los alumnos, poco se puede conseguir. Para que el alumno pueda rendir en clase es preciso que, en primer lugar, atienda y, en segundo lugar, que lo dejen atender. Es el requisito previo, como lo es comprar un décimo para que te toque la lotería. Muchas de las correcciones que se ponen en marcha para atajar este mal son poco compartidas por los padres de las criaturas, que optan más por la impunidad de sus hijos que por su educación. Parece como si la mala conciencia del poco caso que les hacen la pudieran salvar poniéndose incondicionalmente de su lado a la mínima dificultad con la que tropiezan en el instituto.Se ha llegado a una situación en la que no producen alarma y se dejan pasar comportamientos intolerables. Los que narro a continuación los he visto yo visitando aulas, exhibidos por mozalbetes de trece, catorce o quince años, mayoritariamente varones, y sabiendo ellos que yo era el inspector. Están los que no reprimen las exigencias de su cuerpo por pequeñas que éstas sean. Así, uno bosteza de la forma más larga y ostensible que se pueda imaginar, desperezando todo el cuerpo. Otro se rasca y hurga, a modo, en axilas, ingle, nariz y oído. El de más allá está prácticamente tumbado en su silla, en una postura en la que alcanzar el tablero de la mesa para leer o escribir es francamente imposible. Hasta a alguna parejita he debido mirarla con reprobación para impedir no sólo que hicieran manitas, sino hasta que fuera algo más lejos. Repito: todo esto mientras el pobre profesor (o profesora, porque como corresponde a la condición humana, suelen ser más groseros y aprovecharse más de quien juzgan que es más débil) intenta explicar su lección o corregir un ejercicio. ¿Y los padres? ¿Qué ocurre cuando se sanciona a sus hijos y se les comunica el castigo? Pues en muchos casos se ponen de su lado, exigen datos y pruebas como si la vida escolar y sus procedimientos disciplinarios fuesen un juicio por la vía penal. Les hacen ver a sus vástagos que su centro de educación y enseñanza actúa arbitrariamente, que persigue sin motivo a sus alumnos, que emprende procedimientos sancionadores contra ellos sin argumentos ni hechos: un día, sin que haya ocurrido nada, los profesores y el equipo directivo acuerdan porque sí sancionar a unos pobres inocentes, e inician procedimientos muy costosos, que requieren mucho trabajo extra y que les van a traer a los que los emprenden un sin fin de preocupaciones. Señores padres: no es sensato creer antes a los propios menores implicados que a adultos expertos en problemas de disciplina como son los profesores. Los docentes son imparciales (por supuesto, más que los mismos menores o que ustedes), conocen bien a los chicos porque a lo largo de su vida profesional han tratado a miles de ellos, y saben calibrar la trascendencia de las acciones de los que ocupan las aulas porque, además de que se les prepara para ello, tienen la experiencia de haber pasado ya por cientos de casos anteriores. Señores padres: no deben enseñar a sus hijos de qué manera pueden salir indemnes o cómo se pueden librar de las consecuencias de conductas inadecuadas, sino a que asuman sus responsabilidades, a que corrijan lo que hayan hecho mal, a que acepten los castigos que se les impongan, a que tengan confianza en los profesores y en los centros en los que están escolarizados. Porque, señores padres, no hay mayor despropósito que ayudar a sus hijos a que queden por encima de su profesor y de su instituto. Señores padres: a sus hijos no les quedan tantos años para enfrentarse a la vida. Enséñenles también a tolerar la pequeña injusticia, el posible error. Porque en el mundo adulto van a encontrar muchas más arbitrariedades de las que puedan sufrir en la escuela. Déjenles bien claro que a sus profesores no les pagan para aguantarlos y reírles las gracias, sino para educarlos. Sus profesores son, para ellos, el anticipo de lo que luego, en el ámbito laboral, van a ser los jefes. Y, como decía Bill Gates, si cree que su profesor es duro con él, que espere a tener un jefe. Éste no va a tener ni la paciencia ni la vocación de su docente. Señores padres: un viejo consejo decía: "Si vas a sufrir una operación peligrosa, deja todos tus papeles y todos tus asuntos en regla. Es posible que sobrevivas". Aplíquense el espíritu del anterior dicho. Queremos su colaboración y su ayuda para conseguir la mejor educación de sus hijos. Pero no para hacerle la vida más fácil a los docentes. Al fin y a la postre, lo más que convive un profesor con ellos es, durante algún año, dos o tres horas a la semana. Lo queremos porque en última instancia son ustedes los que van a tener que soportarlos durante toda su vida.

Visto el artículo me quedan algunas dudas o reflexiones, vaya usted a saber.

Quizá porque uno ya tiene unos añitos, aún recuerdo las enormes discusiones pedagógicas que se mantuvieron en los 80 sobre la forma de tratar con los alumnos, que si había que dejar las tarimas, que si había que fomentar la cordialidad entre maestros y alumnado, que si había que buscar la convivencia en ámbitos distintos al escolar, etc... Bien es cierto que todo ello, bien entendido, bien explicado y bien asumido, no tendría por qué haber dado ese colegueo que hay hoy día, pero bien es cierto que por ahí podría venir ese problema, ese afán que se puso sobre los docentes para abandonar los modos educativos de años atrás, pero problema este del "colegueo" que ahora mismo no se toca por parte de la administración. Baste ver los cursos de formación que se imparten, las instrucciones que se transmiten, etc... máxime teniendo en cuenta que la generación de docentes que llevan años incorporándose al sistema educativo han sido educados en esos años en que el Usted, el levantarse al entrar un docente u otra persona en clase se sutituyó por una actitud digamos más relajada. Por ello se dan casos tan sangrantes como el de una docente de ESO que da a los alumnos su Tuenti o su dirección de Messenguer, lo que ciertamente deja al alumnado la sensación de que puede ser tan colega de su compañero de mesa como de su profesora, ya que con ambos interactúa de forma digital. Luego llegamos a clase y... aparece el colegueo. Supongo que el Sr. Martínez, desde su posición, tendrá previsto proponer cursillos de formación docente que doten al profesorado de instrumentos para afrontar estas situaciones.

Y respecto a esas actitudes que cuenta nos deja con la intriga.¿Qué actitud tomó el Sr.Inspector a la vista de los bostezos, hurgamientos y tocamientos? Porque claro está que si delante del Sr. Inspector se hacen estas cosas ¿qué se podría pensar que se hace lejos de su presencia? Y es que es totalmente cierto que una gran mayoría de familias, lejos de apoyar los criterios docentes de sancionamiento al alumnado, la emprende con los docentes de a pie, pero la experiencia me dice que en la mayoría de los casos estos docentes que imponen sanciones sufren un auténtico calvario al ser acusados de ser origen del problema, ser examinados en su labor pedagógica hasta el más mínimo detalle para comprobar que esto no sea así, por lo que ante la tesitura de que esas tres horas semanales, de las que habla el Sr. Martínez, se conviertan en un suplicio de 50 se prefiere salir como mejor se pueda antes que empezar con un proceso sancionador que en la mayoría de los casos debe afrontar el docente como el corredor de fondo, sólo y con la soledad por montera.

En fin, los toros se ven y se entienden mejor desde la barrera.

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