1.4.09

Las vacaciones de los maestros. (Ah, y de las maestras)

'Las vacaciones de los maestros'

LOLA VILLAR LAMA EL MUNDO marzo de 2009
La autora reflexiona sobre el deterioro progresivo de la figura del profesor en el sistema educativo español

El actual sistema educativo, la ineficacia de las instituciones públicas y la irresponsabilidad de las familias en la educación de sus hijos, nos han convertido a los profesores (mejor docentes) en los responsables del fracaso de las nuevas generaciones; fracaso no sólo académico sino también educativo. Los centros ya no se llaman centros de enseñanza sino «centros educativos» y este cambio no es sólo una cuestión de moda terminológica –consecuencia de una mala traducción al español del termino inglés education- sino que lleva implícita una gran carga ideológica.

La educación de las nuevas generaciones, el conjunto de competencias sociales –como les gusta decir ahora a los pedagogos-, queda en manos de los profesores que, habiendo estudiado Biología, Física o Filosofía, tienen que dejar de ser transmisores de sus conocimientos y convertirse en padres adoptivos o párrocos de esta nueva sociedad. El resultado es desastroso pues el papel formador de la familia es insustituible. La ideología progresista dominante ha hecho un gran esfuerzo para poner la educación en manos de los centros educativos -desde el Engels «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado» encontramos en la izquierda una hostilidad y desconfianza hacia las capacidades formativas que de manera eficaz ha ejercido la familia y el resultado ha sido que nuestros alumnos saben menos y están peor educados. El último intento de llevar la responsabilidad de educar a los institutos es la polémica asignatura de «Educación para la Ciudadanía ». Como profesora de Filosofía, tuve que impartirla el curso pasado y, aparte de contrastar su inutilidad, llegué a la convicción de que el problema no es el contenido del currículo, cuestionado por aquellos que se oponen a ella, sino la idea que subyace a todo el planteamiento en el sentido de que se nos hace responsables a los profesores del civismo de las futuras generaciones. Una cuestión que habría que añadir a toda esta problemática viene determinada por la necesidad de las familias de compatibilizar su vida laboral y familiar. Eso es algo incuestionable y a lo que las instituciones públicas deberían buscar una solución. La iniciativa de la Consejería de Educación de adelantar el curso escolar una semana con la doble finalidad de compatibilizar esos dos ámbitos y luchar contra el fracaso escolar es pura demagogia. En primer lugar, porque hace recaer sobre el profesorado una nueva responsabilidad de «guardia y custodia»; en segundo lugar, porque la calidad de enseñanza no se consigue aumentando el periodo lectivo, ya de por sí agotador para los alumnos.


En cuanto a la primera finalidad, creo que la sociedad necesitaría saber más sobre nuestro trabajo para poder hacer un juicio más objetivo sobre la medida. Nuestras actitudes laborales, si somos buenos profesionales -que los somos muchos- son parecidas a la de los buenos estudiantes: seguimos trabajando en casa por las tardes y fines de semana. Por otra parte, como profesionales con titulación universitaria, cobramos menos que si ocupásemos cualquier otro puesto de la misma categoría en la Administración.

Si no fuese por la recompensa de las vacaciones, y porque además a muchos nos gusta enseñar, la enseñanza quedaría como último recurso en el abanico de posibilidades que un licenciado tiene cuando termina en la Universidad, algo que ya está ocurriendo incluso con la actual dosis de vacaciones de la que disponemos.

Si miramos a Europa, las vacaciones escolares son iguales, o incluso más largas que en España (en la mayoría de los casos la diferencia es que están más repartidas a lo largo del año), estando muchos países europeos muy por encima del nivel académico de nuestros alumnos. La Administración no puede hacer recaer en los profesores la función de custodia que podrían llevar a cabo los monitores de tiempo libre. No se le exige, por ejemplo, al pediatra que se haga cargo de nuestro hijo, una vez que ha sido tratado de su problema médico. Por otra parte, si realmente se quiere una mejora de la calidad de enseñanza, las instituciones educativas deberían sustituir al profesorado de baja de forma eficaz, controlar más las faltas del profesorado (algunos de ellos auténticos expertos en absentismo laboral) y disponer de inspectores especialistas que nos ayuden en nuestra práctica docente (todos sabemos la ineptitud de algunos compañeros, como ocurre en todas las profesiones). Pero, es mucho más fácil para ellos solucionar los problemas recurriendo al sentimiento generalizado de «las excesivas vacaciones que tienen los maestros». Resultaría deseable, por lo demás, plantear una modificación del estatuto de la función pública, pues no se entiende que trabajadores que no están rindiendo en su cometido puedan estar cobrando de la empresa sin ofrecer nada a cambio durante toda su vida laboral.

En definitiva, es necesario que el docente vuelva a ocupar el puesto que siempre tuvo en nuestra sociedad: ser fundamentalmente transmisor de sus conocimientos y destrezas profesionales, aunque de forma transversal e inevitablemente (también inherentemente a su trabajo ) pueda ser también transmisor de valores. La sociedad saldrá ganando con ello.


Lola Villar es profesora de Filosofía en el Instituto Néstor Almendros de la localidad sevillana de Tomares

Y sin comentarios, salvo los añadidos.

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