4.6.07

TBO


Desde que puse la entrada homenaje a D. Marcial Lafuente me ronda en la cabeza hacer otro pequeño homenaje a un tipo de literatura, igual que la de D. Marcial, minusvalorada por todos. Me refiero a los tebeos. Reconozco que nunca fui un “buen” lector de tebeos porque, lejos de mantener una cierta “disciplina de lectura semanal” con ellos, siempre los usaba como sustituto de otras lecturas que, por razones de espacio tiempo y dinero, no poseía. Mis primeros tebeos llegaron a mis manos cuando la crisis que acabó con ellos empezaba a dejarlos tocados, y por tanto mis tebeos ya tenían portada en color y buen papel, lo cual no deja de ser contradictorio, pero como en tantas otras cosas las renovaciones poco pensadas, sobre todo en contenidos, no siempre resultan beneficiosas. Al igual que las novelas del oeste, o de Corín Tellado, podíamos cambiarlos en el quiosco por muy poco dinero aunque, en honor a la verdad, había pocos tebeos y los que había estaban bastante deteriorados.

Recuerdo que una de las cosas que más me gustaba leer era la sección “De todo un poco”, en la que se mezclaban proezas de atletas, escritores, exploradores, o gentes de cualquier condición, con datos de altura de montañas o longitud de ríos, o descripción de hechos fantásticos, cosas irrelevantes pero que nos hacían ver una realidad muy diferente a la nuestra. Por supuesto me encantaba Carpanta y ZIPI y Zape, o aquel Agamenón que cerraba siempre con aquello de “igualico igualico quel defunto su agüelico”, y cómo no Rue 13 del Percebe. En el fondo los tebeos de entonces tenían una variedad tal de personajes en cada número que podíamos perfectamente buscar un parecido con alguno de ellos entre nuestros convecinos. Yo disfrutaba enormemente con ello, y muchos parecidos encontré, aunque siempre fueron un lujo interior.

No obstante lo más sorprendente de este asunto es que ojeando, ojeando, resulta que la revista TBO vendía allá por el año 1952 la friolera de 370000 ejemplares semanales, lo cual viendo los índices de analfabetismo y de acceso a los medios culturales hacen de esta cantidad una cifra a tener en cuenta. Porque claro si a ello le añadimos los que los leíamos de segunda mano, la cifra puede llegar al medio millón de lectores ¡¡¡semanales!!!. Ni Harry Potter hoy día.

Piensan muchos padres que los niños nacen lectores, o no, y que por tanto este misterioso gen que les predispone, o no, hacia la lectura se desarrollará por sí mismo de acuerdo con unas ignotas leyes de la genética. Sin embargo esto no es así, evidentemente. Y digo esto porque, como he repetido en El Pizarrín varias veces, las campañas de animación a la lectura son ahora, más que una moda, una especie de tren de progreso al que todos debemos subirnos. Y todas ellas dejan de lado la perspectiva que una campaña no deja de ser un cúmulo de actividades, más o menos brillantes, que cumplen un cometido momentáneo y que luego, como los anuncios, desaparecen. Sin embargo la existencia de un material de lectura atractivo y apropiado para los que se inician en ella es mucho más efectivo, y económico, que tantas y tantas campañas. Si en 1952 una publicación como TBO era capaz de vender (la piratería entonces era cosa de Salgari y Errol Flinn) 370000 ejemplares a la semana, era porque ofrecía un producto atractivo. No me vale la excusa de la TV, los ordenadores y videojuegos. Entonces la calle lo era todo y aún más. Ni siquiera la lectura o la formación eran un valor en el descampado de juego, como hoy tampoco parece que lo sea. Simplemente el TBO era un modo de acercarnos a otros mundos, de reconocernos en una realidad inventada pero cercana. Hoy día, con editoriales vendiendo libros hechos como productos que trabajan tal o cual eje transversal del currículo acaban con esa frescura que el TBO tenía y en la muchos, a veces, bebíamos, sin necesidad de campañas.


P.D.:
Los datos del número de lectores están extraídos del siguiente libro: RAMIREZ DOMINGUEZ, J. ANTONIO: La historieta cómica de postguerra. Madrid, 1975. Cuadernos para el Diálogo.

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