20.5.07

D. Marcial Lafuente Estefanía.


Se habla mucho de autores clásicos, modernos, best sellers, innovadores, y cuantos términos queramos proponer, sobre las diferentes gentes que se dedican a la literatura.
Es más, es uno de los temas recurrentes en las escuelas cuando se discute, pocas veces la verdad, sobre qué le propondremos a los niños para leer. Por eso quiero hoy recordar a alguien con el que pasé muy buenas tardes y con el que muchos de los hombres mayores que conocí en mi infancia disfrutaron también, aunque como tantos otros nunca me recomendaron en mi colegio.

Todos sabíamos que no era un escritor-escritor, de aquellos que ganaban premios y cuyas obras se vendían puerta a puerta en magníficas ediciones, con cubiertas de piel y letras doradas. Nada de eso. Antes bien, sus novelitas se encontraban, manoseadas, llenas de grasa o marcas sospechosas, en los quioscos; se podían cambiar por otras por una pequeña cantidad e incluso la quiosquera, que era como nuestra consejera literaria, te recomendaba tal o cual título, sabiendo siempre que el forastero llegaría al pueblo, sería alto, delgado, su primera escaramuza tendría lugar en el saloon, los malos siempre eran ricos o gente de mal pelaje, y la enamorada siempre era o una chica del saloon o una pobre acosada por el malo de turno. Tal vez esa seguridad en los argumentos, la solidez pétrea de los personajes y su inmovilidad en el tiempo y en las obras, amén de la facilidad de los textos, hicieron de las novelas de D. Marcial un elemento indispensable de nuestra niñez.

Guardo en mi casa algunos de aquellos ejemplares y de vez en cuando me gusta ojearlos. Supongo que no se me ocurriría recomendarlos, no por pudor estético o ético; no, simplemente creo que el Far West, que tanto nos levantaba de nuestros asientos haciéndonos aplaudir en la persecución final de las películas, ya no es un decorado apropiado, y puestos a elegir recomendaría a Zane Grey o Fenimoore Cooper, igualmente alejados pero al menos con mucha más calidad literaria.

Hoy sólo quiero rendir un modesto y pequeño homenaje a esas horas mágicas que D. Marcial Lafuente Estefanía, regaló a mi abuelo cuando, tras todo un día de trabajo, se sentaba junto al hogarín a leer aquellas mágicas novelitas que le hacían sentir un vaquero en un mundo tan distante del suyo, en el espacio y en el tiempo, como una Narnia tan de moda hoy. Rendir homenaje a aquella quiosquera que además de cambiarte el TBO, el DDT, te aconsejaba sobre tal o cual título y te decía que fulanito se lo acababa de llevar pero que lo traería este o aquel día y te lo guardaría. Homenajear a aquellas tardes de verano en que cuando ya me había leído los pocos libros que tenía, me podía tumbar en la siesta a leer a D. Marcial.

Luego llegaron los estudios sesudos sobre el significado del alto vaquero, del malo, de su relación con el entrono opresivo en que se crearon, y mucho más. Los leí y durante un tiempo, en el que uno creía que todo lo vivido era mejorable y había que hacer un acto de contrición y propósito de enmienda, me alejé de su recuerdo. Ahora, que ya el gallo cantó más de tres veces, y que tanto se habla de animación a la lectura, debiera rendirse un homenaje a este autor que en tiempos difíciles tanto hizo porque leyeran aquellos para los que hoy día, tampoco se escribe.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!

Me llamo Rocío, soy de Cádiz y he descubierto este blog a través del María (LaIslaesmeralda). (También yo vivo en Irlanda, en Dublín. :)

Leyendo este post han venido muchos recuerdos a mi mente y a mi corazón. Mi abuela tenía una caja llenita de novelas de Lafuente Estefanía en su casa. :) Cada vez que íbamos rebuscábamos en su caja, por si Carmela (la kioskera de La Barca de Vejer) le había cambiado alguna.
Que recuerdos!! La de noches que hemos pasado leyendo esas novelas... y lo bien que lo pasábamos yendo al kiosko a cambiarlas, jejeje.

Anónimo dijo...

Hola, soy de Venezuela y me ha dado una gran alegría, encontrar esta referencia a MLE, porque leí y cambié sus novelas cuando era una niña. Fueron mis primeras lecturas y he sido una apasionada lectora toda mi vida. Los grandes o clásicos autores llegaron luego pero nunca olvidaré el placer que me proporcionaron aquellas novelas de vaqueros. Mercedes, de Barquisimeto, ciudad del oeste de Venezuela.

Pepe dijo...

La verdad es que cuando empecé a escribir en este Pizarrín, nunca pensé que las cuatro cosas que uno pone en él, fuesen leídas por alguien más de mis cuatro o cinco amigos cercanos. Sin embargo veo que hay lectores en dos continentes y que además lo que escribo les sugiere cosas. Ese, y no otro, ha sido siempre el fin del Pizarrín. Gracias por tu lectura y espero volver a verte, Mercedes. Deja tu email cuando puedas.

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Hola,
mi nombre es Gabriel, desde Mexico, en Tamaulipas, para ser nu poco más exacto. Pues bien. he estado buscando de estos libritos un poco por la red, pues me gustan mucho, recuerdo que los leia mi padre, quien fallecio hace 23 años, ahora los leo yo, seguramente los leeran mis hijos.
Es un gusto saber que las mismas letras que nos han hecho pasar buenos ratos a nosotros han hecho lo mismo por personas en otras latitudes....

gabriel fuentes dijo...

hola a todos, estoy aqui atrapado en este cuadrito para decir algo que sienta, y como nada siento, solo escribo lo que pienso, y como nada pienso, solo consiento a mi pensamiento de soltar lo que agrieta a mi desaliento, que es la falasia de lo que crea este momento.

gabriel fuentes dijo...

Madrecita querida,
mil perdones te pido,
si por esa traidora
te dejé en el olvido.

Y ya ves, madrecita,
con lo mal que ha pagado,
solo tu me comprendes,
solo tú me has amado.

Vuelvo a tí, madrecita,
a llorar en tus brazos,
y a curar, si es posible,
mi alma hecha pedazos.

Junto a tí todo tengo,
amor puro y sincero,
y no obstante, mamita,
ella es falsa y la quiero.

Como tú a mi me quieres,
malo, pobre y perdido,
así yo a ella la quiero,
pués odiarla...no puedo.

gabriel fuentes dijo...

Ah! esos libritos de la fuente estefania, cuando yo era adolescente pensaba que era un escritor americano, ahora vengo a saber que era de la madre patria. Que curioso, me envelezaba leyendo esos libritos. Recuerdo que habia un puesto de revistas a un lado de la carcel en Ensenada, yo iva hasta alla caminando solo para leer esos libritos de cuentos del oeste. con que precision describia cada historia, casi se podia ver en la imaginacion las escenas de cada episodio, los personajes y sus detalles eran mejor que estar viendo television. era increible leerlos. que recuerdos.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
paula dijo...

Hola, como nieta suya , me encanta que le hagais estos halagos ...gracias

Pepe dijo...

Hola Paula:

qué honor que una nieta de D Marcial haya entrado en este espacio y haya recibido un poco del cariño que los que hemos crecido leyendo y disfrutando de esas novelas hemos recibido de tu, perdona el tuteo, abuelo.

Como siempre en esta sociedad nunca se reconocerá el verdadero talento y el verdadero sentido e importancia que personas como él han tenido en la formación en la lectura que muchos como yo posteriormente hemos desarrollado y que gracias a él, y a esa creación de mundos imaginativos, consiguió engancharnos para siempre en otros mundos.

Un saludo Paula