9.4.08

De cucarachas y orines.

Leer, me parece a mí, es descubrir y explorar otros mundos, reales o posibles. Es investigar esas realidades para comprenderlas o imaginarlas mejor. Y después de esta afirmación me pregunto: ¿Es posible leer en la escuela de hoy? Cada día intento que el texto que trabajamos en clase, o la lectura que fotocopio tenga un aliciente en su contenido o un aliciente en la lectura que de ella hacemos: el tono, la lectura por parejas, etc... Sin embargo cada vez me resulta más difícil encontrar textos "escolares", de los que vienen en los libros de texto quiero decir, que puedan ser "explotados" de esta manera, bien porque el contenido es ínfimo y alejado de cualquier realidad, vivida o imaginada, de los alumnos/as, bien porque de su lectura poco puede "dramatizarse".

Y si lo que ponemos en manos de nuestros alumnos/as no es atractivo, ¿cómo pedirles que se atrevan con un libro?

Por tanto creo que ahora que se acerca la semana o día "D", del libro, bien nos vendría hacer un planteamiento sobre el tipo de texto que usamos en las escuelas. No pido, ni por supuesto se me ocurriría hacer, ofrecer textos de los que haya que deducir su sentido o enlazarlos con la tradición de la escuela italiana de, pongamos por caso, mediados del siglo XV. No se trata de eso. Creo que los textos deben decir cosas por sí mismos, pero bien dichas claro. García Marquez decía:
Debo ser un lector muy ingenuo, porque nunca pensé que los novelistas quisiesen decir más de lo que dicen. Cuando Franz Kafka cuenta que Gregorio Samsa apareció cierta mañana convertido en un gigantesco insecto, no me parece que esto sea símbolo de algo y la única cosa que siempre me intrigó es a qué especie de animal pertenecía él. Creo que hubo, en realidad, un tiempo en que las alfombras volaban y que había genios prisioneros dentro de las botellas. Creo que el burro de Ballan habló –como dice la Biblia– y la única cosa que hay que lamentar es no tener grabada su voz, y creo que Josué derrumbó las murallas de Jericó con el poder de sus trompetas, y la única cosa lamentable es que ninguno tiene transcripta la música capaz de demoler.Creo, en fin, que Vidriera –de Cervantes– era en realidad de vidrio,como él decía en su locura, y creo realmente en la jubilosa verdad de que Gargantúa orinaba torrencialmente sobre las catedrales de París.
Y es que bien explicado y seleccionado, cualquier texto debe ser un aperitivo que abra el apetito del lector por seguir adelante, por descubrir si el pobre Samsa volvió a transformarse o si el orín de Gargantúa molestaba a los viandantes parisinos.



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