7.3.07

Grillos y Grillas.

Tenía que ir a la escuela, que aún era Jueves. Unas clases me gustaban y otras no. Las de Don Paco, sí, ésas sí. Don Paco sabía mucho, sabía números, palabras, palabras en latín, distinguir los grillos de las grillas y encender fuego con dos piedras. Aquella mañana, le pregunté:

- Don Paco, ¿qué hay que hacer para aburrirse?.
- No lo sé – dijo Don Paco -, a mí también se me hace difícil.
Y como era mañana de sol, nos bajó a la playa de Barlovento, y allí, escribiendo con un palo en la arena, explicó otra vez eso de la “h”, que se escribe pero no se pronuncia.

A media clase empezó a subir la marea
.”

Juan Farias, Los caminos de la Luna, Colección Sopa de libros, Edit. Anaya, 1997, Página 18.

A veces se encuentra uno, sin sospecharlo, con una grata sorpresa. Andaba entre bolas azules, verdes, marrones y amarillas de plastilina, aplanando por aquí y extendiendo por allá la rugosa, y siempre olorosa, superficie de los mapas que los niños y niñas de una de mis clases estaban haciendo para celebrar el día de Andalucía. Casi por error me fijé en un montón de libros uniformes, que se hacinaban sobre un desvencijado armario, resto anterior al Plan de 1971.

Casi nunca me dirijo a este tipo de material que las múltiples editoriales fabrican, recalco fabrican, porque la experiencia me dice que cuando te traen a clase 25 libros iguales, de colecciones con nombres altisonantes, supuestamente didácticos, la calidad suele ser un elemento accesorio. Nunca he creído que 20 o 25 personas deban hacer lo mismo, en el mismo tiempo y en el mismo lugar, mucho menos si ese algo es leer. Pero, queramos o no, así funcionan muchas clase de lengua y literatura hoy día.

No obstante la estabilidad de los libros peligraba, así que decidí ejercer de peón albañil y volverlos a su equilibrio abandonado sobre el prediluviano armario. Y ya puestos quise averiguar qué era aquello. Miré la portada. Un tópico abuelo y una infantil figura asexuada junto a él, con un mar de carboncillo de fondo. En fin, lo de siempre, pensé.

Casi por arte de birlibirloque las bolas de plastilina, el Guadalquivir y la Sierra de Aracena, parecían haberse enganchado al ritmo evolutivo de su propio devenir en plastilina y la presencia del maestro se había hecho prescindible por unos momentos. Abrí el libro. Una cita de Guillermo, sí, Brown, el que muchos leímos tarde cuando los proscritos ya no podíamos ser nosotros. Bueno, seguiré. Siguiente página. Poco texto y dibujos muy bonitos a carboncillo (olvidé citar a la autora de los mismos Alicia Cañas Cortázar). Leí algo y me enganchó. Ahí arriba os dejé un ejemplo. Y cuando terminé de leer, una sorpresa más. El autor deja reseñado, aquellos libros y personajes, que como Guillermo, influyeron en él.¡Tantas coincidencias!

Hacía mucho tiempo que ningún libro para la literatura infantil y juvenil “oficial”, me llenaba tanto. Fue capaz de llevarme a otros tiempos pasados, a hacerme recordar olores, ruidos, dolores de rodillas desolladas y de ruido de niños, contigo dentro, recorriendo calles empedradas a eso de la media tarde.

Hoy llega uno a las clases y las preguntas no son cómo aburrirse, sino qué hacer fuera del uso de artilugios electrónicos. Léase TV y video consolas. Probablemente tengamos los propios docentes gran parte de culpa. ¿Sabemos distinguir un grillo de una grilla? ¿Sabemos palabras? Ah, ¡el poder mágico de las palabras! ¿Quién alguna vez no ha dicho en voz alta un hechizo y esperado, aún a sabiendas que hacíamos una farsa con nosotros mismos, que empezáramos a volar? Y digo esto porque Don Paco sí sabía hacer estas cosas. A lo mejor nosotros también sabemos hacerlas, pero ¿sabemos transmitir la importancia de distinguir un grillo de una grilla, o usar el latín?

Yo tuve un maestro Don Paco. Se llamaba Don Francisco García, y vivía junto a mi casa. Todos los días antes de ir al colegio, se acercaba en su 600 al huerto que tenía en las afueras del pueblo. Luego venía y daba sus clases. Recuerdo su estilo campechano pero distinguido, el aire del maestro de otros tiempos. Y cuántas cosas sabía de injertos, de lejanos países y de cuentos y poesías. Un día de lluvia mientras hacíamos cuentas de sumar, con los cuadernillos Rubio, nos leyó ese poema de Antonio Machado, sí el de la lluvia tras los cristales. Años más tarde cuando lo leí en la antología del Circulo de Lectores, me acordé de aquel momento y se hizo mágico.

Nunca supe si sabía distinguir los grillos de las grillas. Ahora sé que sí.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

He entrado en tu blog y me ha parecido coherente y con una vena poética. Todos quisiéramos ser recordados por nuestros alumnos como D. Paco o D. Francisco.

Hasta pronto. Prometo volver